jueves, 27 de junio de 2019

Ejercicio para dejar de hablar y volver a escribir

Un día dejé de protestar. Un día dejé de quejarme contra la clase y el poder, contra los administradores de la vida y de la suerte, tentativamente. Un día dejé de enojarme con el Estado y sus ilustres representantes.

Dejé de subestimar sus decisiones y los consiguientes porvenires de los otros. Un día dejé de despotricar contra el poder y sus ostentosos. Un día dejé de renegar las reglas y dejé de quejarme de los condicionamientos.

Hubo un día de intimidad. De revelación. De comprendizaje. Un día en el que conocí la inmensidad –regocijante- más allá de la tristeza racional y la limitación corporal. Hubo un día en el que la excepción se volvió mediocridad y la rutina un destello. Hubo un día en el que la histeria opacó la serenidad posible. Ese día me di cuenta. De ese día no pude volver.

Me di cuenta de varias cosas.

Por empezar, me di cuenta de que no existía la regularidad; y de que el pesar de algunos es el regocijo de otros. Y, si no se trata de regocijo, al menos se trata de alivio. Para ejemplificarlo: las olas del Atlántico no distinguen ni distinguieron ese día ni el que vendrá entre enteros y rotos.
Y ahora viene el cuento, después de dos párrafos o tres. Innecesarios, por supuesto.

La cosa es que creemos que la tenemos clara: que después de dos o tres conflictos familiares, que después de dos o tres tribulaciones amorosas, que después de dos o tres laburos insoportables, que después de dos o tres muertes medianamente cercanas, que después de dos o tres cosas... creemos que la sabemos toda. Creemos que la tenemos clara. Creemos que la vida es una dicotomía predecible para quienes ya la vivieron algunos años.

Debería ir directo a la historia. Contar cómo me enteré del escándalo, cómo me convencieron de no ventilarlo sino hasta ahora. Pero siempre fui un aguafiestas: pasé mis mejores años pendiente en descubrir la trampa del mago y me perdí la magia. Siempre cagué las películas porque adelantaba el final.

El centro del espectáculo. Ahora me dice un amigo casi psicólogo que lo mío solo se trata de llamar la atención. Me dijo que, aunque todos seamos importantes, el mundo es una escenografía compleja para todos y cada uno, pero especial para nadie. Ni para Maradona, ni para Messi. Me ejemplificó: ellos sortearon una ventura más atractiva, quizás más peculiar, pero no más que eso: peces con suerte y dotes superiores, más colores, pero jamás trascendentes a la pecera.

La cosa es que llevo bastantes párrafos argumentando mi ateísmo: 

—¿o agnosticismo?-

—¡Qué más da!

Tanto argumentar el no para terminar dando el sí. Tanto decir que Dios es una construcción cultural de la sociedad moderna para terminar pidiéndole que me afloje celestialmente el dolor de cabeza a cambio de una floja promesa terrenal.

Hago el ejercicio de releer lo que voy escribiendo y realmente es aburrido. Pocos habrán llegado acá y solo para ellos mi empatía. En tiempos de microvideos de un minuto y frases twitteras de cuatro palabras estoy estirando al pedo, o al vicio, o en vano, la historia que quería contar. Quizás no era tan importante.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Tiempos verbales en un geriátrico


Por Francisco Laiseca

El viejo va a estar bien. A veces se va a poner un poco triste porque nadie lo va a ir a visitar, pero va a estar bien. Va a mirar los partidos de fútbol y va a gritar los goles de todos los equipos. A la tarde, cuando en el noticiero empiecen a hablar de política, enseguida se va a enojar y va a cambiar de canal. Cuando haya sol, siempre va a estar en el jardín, en la silla marrón. Varias veces vamos a ver que a las escondidas se va a fumar un cigarrillo, pero no le vamos a decir nada, total va a ser sólo uno de vez en cuando. Algunas noches se lo va a escuchar llorar desconsolado y cuando le pregunten por qué llora, dirá que porque no querrá morir.

El viejo está bien. A veces se pone un poco triste porque nadie lo va a visitar, pero está bien. Mira los partidos de fútbol y grita los goles de todos los equipos. A la tarde, cuando en el noticiero empiezan a hablar de política, enseguida se enoja y cambia de canal. Cuando hay sol, siempre está en el jardín, en la silla marrón. Varias veces vimos que a las escondidas se fuma un cigarrillo, pero no le decimos nada, total es sólo uno de vez en cuando. Algunas noches se lo escucha llorar desconsolado y cuando le preguntan por qué llora, dice que porque no quiere morir.

El viejo estaba bien. A veces se ponía un poco triste porque nadie lo iba a visitar, pero estaba bien. A la tarde, cuando en el noticiero empezaban a hablar de política, enseguida se enojaba y cambiaba de canal. Cuando había sol, siembre estaba en el jardín, en la silla marrón. Varias veces veíamos que a las escondidas se fumaba un cigarrillo, pero no le decíamos nada, total era sólo uno de vez en cuando. Algunas noches se lo escuchaba llorar desconsolado y cuando le preguntaban por qué lloraba decía que era porque no quería morir.

martes, 2 de octubre de 2012

La revancha - episodio I

para leer mientras se toma coca cola


¡La puta che! vuelvo a ver la foto, y vuelvo a llorar. Tampoco es que pienso en ella todo el tiempo, sólo de vez en cuando, cuando estoy aburrido y no tengo nada que hacer. No entiendo por qué tengo la foto todavía, el otro día mi hermano buscaba unos papeles en mi cajón, la vio y se cagó de risa.

Y acá estoy, con los ojos empañados, esta mina no merece ni una lágrima, puta de mierda. No pienso romper la foto, me van a decir masoquista, pero me sigue gustando la sonrisa, me sigue pareciendo un canto a la vida, me sigue haciendo llorar. Romper o tirar la foto sería algo así como hacerme el boludo con la memoria.

Te fuiste, no te importó un carajo lo que hablamos, no te importó que te diga que me arrepentía, que no lo iba a hacer de nuevo, que estaba dispuesto a ser tu esclavo si eso solucionaba las cosas. Nada. Todo quedó en la nada, y ahora, el pelotudo que te recuerda y llora soy yo, y esta foto de mierda que te saqué el día que me juraste que me querías.

¿Te acordás de ese día? La puta, éramos dos pendejos con el mundo por delante, con ganas de cambiarlo, dispuestos a construir uno nuevo juntos. Me acuerdo que ahí, entre mates, y bajo el árbol, me dijiste que lo querías a tu viejo, y que te morías de ganas de verlo, pero que no ibas a aflojar, que tenías que estar del lado de tu vieja. Yo te conté que me angustiaba el paso del tiempo, que yo, a diferencia tuya, sí creía en el amor eterno, a pesar de que no conocíamos ningún matrimonio viejo que sea feliz.

-¡No sabes boluda! Me llamó mi ex. No Martín, ni Nico, ¡Me llamó Pablo!

-¿Te acordás mi compañero de la secundaria que te conté que era un divino? Ese, el flaco re bien, me dijo que se recibió de músico y da clases en un colegio. No se de dónde sacó mi numero, hace por lo menos diez años que no se nada de él… me re sorprendió. Desde que arranqué la facu y me puse con Martín que no lo veo. Qué loco che… me dijo que tiene una foto mía de cuando era chica, que me la quiere dar, le dije que bueno, y quedó en llamarme el sábado. Le dije que sí, que se yo… hace mil que no lo veo, el flaco no creo que quiera volver ni nada de eso, ya estamos grandes para hacernos los adolescentes románticos que nunca se olvidan.

Además yo acabo de cortar, no da, quiero estar un tiempo sola. Pero bueno, acepté, y no me arrepiento, no me va a venir mal acordarme un tiempo de las viejas épocas. Además el pibe siempre se portó de diez conmigo, me escribía cuentos, me cantaba temas, flores, jajaja ya sé, re cursi, pero bueno, éramos chicos…
Y qué sé yo, a veces pienso que fue el único que me quiso de verdad, esa fue la época mas linda de mi vida. Rasguña las piedras, las marchas contra el aumento del boleto del bondi, el mundial del 86, los fogones en campamentos, el flipper, el pac-man, las hamburguesas, el colegio, que se yo…

Bueno gorda, te dejo, después te cuento que onda mi cita de adolescente jaja. Te mando un besote y saludos a tu flia!

Diálogos incorregibles, sobre el amor y Japón

para leer mientras se toma café


-Japón no es lo único que se desploma viejo. Mirá, ¿escuchaste América? es una canción de Estelares. El tema está hecho en tonos menores y una voz al borde del quiebre, el chabón relata la confesión desesperada de un hombre a su chica, que literalmente le dice: “Casi no hay cosas en las qué creer, al menos te tengo a vos”.

- Uf! Que romántico!

- No gil, ese no es el punto, hay algo que empieza a molestarme demasiado. Las ideologías, las religiones, las tradiciones, la musica, el arte ¡Todo se desploma loco! ¿Nico hace unos años no era flogger?, después emo, después se hizo dark hasta que escuchó Ramones y le pintó el punk, dejó todo y  ahora toca folklore!

- Pero Nico no sabe qué carajo hacer de su vida, tiene una personalidad debil y hace lo que hacen los amigos de turno…

- No es por eso, Nico es un ejemplo nomás… hablo de otra cosa.. de que todo cambia. ¿Te acordás de Rodri? ¿que estuvo de novio muchos años con la Agos? él, su novia, sus familias y todos pensábamos que se iban a casar y que iban a vivir felices para siempre: pero un día la minita lo dejó y se puso de novia con otro; con el que también supuestamente se enamoraron.

- Bueno, pero esas cosas pasan todos los días viejo.. No todos los noviazgos tienen finales felices.

- Sos muy salame, seguís sin entenderme a que me refiero.

- Y bueno boludo, explicame qué carajo querés decir.


- Digo que no hay cosas en las que creer, como dice la canción. Es decir, nada de lo que hace a tu identidad es cierto, o lo suficientemente sólido. Todo puede cambiar de un momento para el otro, no hay a que aferrarse, ¡no hay en qué creer! Y eso es muy grave, porque al fin y al cabo nada te llena…

- ¡Cómo que no!

- Un cura vio un OVNI y ya no sabe si dios existe. Fidel Castro acaba de decir que habría que reformar algunas cuestiones del comunismo. Estados Unidos acaba de utilizar el estado para intervenir en la economía del libre mercado. Un amigo se acaba de enterar que es adoptado y no puede superarlo. Mi sobrinito se enteró que Papa Noel no existe y lloró desconsoladamente una semana entera.

- Bueno, qué sé yo… esas cosas pasan todos los días, el mundo va evolucionando, es normal que las cosas cambien...

- Me cago en la evolución, a ver… decime vos, ¿qué cosas son las que te llenan y no cambiarías nunca en tu vida?

- Voy a ser argentino siempre, hincha de boca, cristiano, abogado, me van a gustar los beatles hasta que me muera, voy a seguir sacando a mi perro a pasear, voy a seguir siendo fanático del asado, no sé.. un montón de cosas.

- ¿Y si algún día te tenés que ir a españa porque no conseguís laburo? Ya no serías tan argentino. Vas a ser hincha de boca hasta que Gimnasia y Tiro llegue a primera, cristiano hasta que te hartés de no ver nunca a dios, abogado hasta que seas empresario y contratés otros abogados, los beatles hasta que escuchés una banda mejor, y bueno, a tu perro lo vas a sacar a pasear capáz, al asado también lo vas a seguir haciendo… pero… no sé, no me refiero a esas cosas.

- ¡Jajá! estás loco viejo, muy paranoico, las cosas de cada uno no las cambia, incluso, si cambian, cambian con el consentimiento de uno mismo, no podés andar renegando hoy por las cosas que quizás cambien mañana. Hoy tenés un tipo de vida y un sistema de creencias con el que te manejás todos los días, si cambia te irás adaptando.

- Sí, qué sé yo, creo que no pude explicarte bien lo que quise decir.

- ¿Te peleaste con tu novia y todo se desplomó?

- Una pelea de mierda nomás, no nos hablamos hace un par de días.

- Bueno jaja, no le hechés la culpa al mundo. Ya vas a ver que cuando te arreglés con ella ni te vas a acordar del mundo efímero y vacío del que me hablás ahora.

Apuntes para la reconstrucción del alma. Volumen I. “Irse de la casa”

para leer mientras se toma mate

Al fin y al cabo, alquilarse algo provisoriamente no parecía tan complicado.
Además, ya Martín le había ofrecido su casa, aunque prefería alquilarse un departamento y empezar de cero, no quería andar deambulando de casa en casa, molestando amigos o familiares.

Lo que todavía lo frenaba eran los chicos. Su mujer tampoco quería que se vaya, pero la situación era insostenible. Ella quería seguir postergando lo irreversible.

Cada almuerzo y cena era una situación incómoda, insoportable. Habían llegado a un punto en el que las discusiones habían desplazado a las conversaciones; y no sólo eso, sino que todas las discusiones eran estériles, pues a ninguno le interesaba tener la razón. Después de tres o cuatro minutos de gritos y reproches llegaba el silencio, se daban cuenta que no les interesaba discutir, ya no les importaba lo que hacía, decía o pensaba el otro.

Este matrimonio está acabado hace rato –pensaba cada noche antes de dormirse viendo televisión en la cocina de su casa- me tengo que ir de acá, pero los chicos todavía no están preparados, nos van a pasar factura toda la vida si nos separamos. Además, Marianita todavía es chica, está re entusiasmada con su fiesta de 15, la destrozaría que yo me vaya.

Pero a veces también pensaba que sus hijos, en realidad, era la única excusa a la que se aferraba para no pegar el portazo. Después de todo, los chicos de hoy ya estaban muy familiarizados con los divorcios.

-Tomemos una cerveza más, ahora enseguida empieza el partido-
-No, me tengo que ir a casa, enseguida van a comer-
-Llamá y decí que no vas a ir, que tenés que hacer unas cosas-
-No puedo, en serio…-
-Dale, no seas amargo, si te vas a tu casa vas a comer tres bocados sin hablar una palabra, vas a prender la tele después y vas a ver el partido solo-
-Sí, ya sé, pero igual me tengo que ir, seguro me están esperando para comer-

Esta última frase no la creyó ni él ni su amigo. Sabía que en verdad nadie lo esperaba para comer, y que posiblemente cuando lleguen ya hayan terminado o estén terminando.

Así fue efectivamente. Llegó a su casa y en la mesa había un solo plato servido con dos porciones de tarta fría. Su mujer ya estaba acostada; Nico estaba en la compu de su cuarto escuchando música y Marianita hablaba por teléfono con una amiga.
Puso a calentar el plato en el microondas, prendió la tele y se sentó a ver el partido.

Esa noche tomó la decisión. La mañana siguiente esperó que no haya nadie en casa y se puso a preparar una valija.

Se fue de su casa. Estuvo una semana en lo de su amigo Martín hasta que consiguió alquilar un pequeño apartamento, con Marianita se encontró dos o tres veces para ajustar detalles de la fiesta de 15 y con Nico se juntó para ir a la cancha.

-Era hora viejo-
-Sí, pero yo no me iba antes porque pensaba que a ustedes les iba a doler-
-No, está todo bien, ya no somos tan chicos y entendemos. Es mejor así, que ustedes estén bien cada uno por su lado, es mucho mejor que juntos y llevándose mal-
-Es verdad, pero bueno, son muchos años y las decisiones cuestan un montón. Los voy a extrañar mucho todos los días a vos y a tu hermana-
-Nosotros también, pero sí nos vamos a seguir viendo, y vamos a aprovechar mucho más el tiempo juntos-

Le agradeció a su amigo y a su familia por la semana de hospedaje y se mudó a su departamento nuevo. Una cama, una mesa de luz, un televisor y una mesa con cuatro bancos era todo lo que tenía. A empezar de cero.

A los pocos meses con la ayuda de Celia, una compañera de trabajo con la que formó pareja, arregló el departamento. Compró la heladera, sillas, un juego de living y vajilla; todo fue mucho más acogedor.

Celia, que nunca se había casado, pudo contagiarle todo el entusiasmo y empezaron de nuevo los dos. Redescubrió el amor. Se veía tres o cuatro veces por semana con sus hijos y con su ex mujer las cosas fueron bastante maduras, ya no hubo discusiones y hasta se extrañaron en secreto.

Apuntes para la reconstrucción del alma. Volumen I. "El día de la promesa de llegar a viejos juntos"

para leer mientras se toma mate

Volverá. Sí, yo sé que va a volver en algún momento. No puede ser que sea feliz sin mí y que yo esté tan mal sin ella. Habíamos dicho que íbamos a llegar a viejos, que íbamos a tener hijos, que íbamos a tener una casa de campo para sentarnos en la galería a tomar mates y mirar el atardecer.

Lógicamente que el amor en estos tiempos no es igual al de otras épocas, el amor ahora está bastante desacreditado, quizás antes eran más comunes las epopeyas románticas, y quizás sea cierto también eso de que Napoleón conquistó Europa para impresionar a Josefina. Ahora corren otros tiempos, sí, otras formas de practicar el amor; basta mirar las estadísticas de cualquier registro civil para encontrar que dos de cada tres parejas que juraron amarse por siempre terminaron tirándose de los pelos; y eso que muchos matrimonios se separan de hecho, sin llegar al divorcio.

Pero bueno, a pesar del descrédito, nosotros nos queríamos con locura, nos amábamos en serio, y éramos más que optimistas. Y eso que teníamos el mal ejemplo en casa, nuestros viejos distaban demasiado del matrimonio perfecto, los míos hasta se habían separado.

Es cierto, yo entiendo que las novelas de la tele y las películas más taquilleras siguen insistiendo con los finales felices, pero es que todos los protagonistas tienen la trama de la ficción a su favor. Si no, miren la vida real de esos actores, casi todos posaron para revistas frívolas en más de una oportunidad con novio/a nueva.

Sí, nosotros sabíamos que no era nada fácil, teníamos ejemplos de sobra para comprobar que algo pasaba, que algo impedía que la mayoría de los amores proliferaran.

Sin embargo, a veces asistíamos a ejemplos más conmovedores.

Recuerdo que una vez caminando por la plaza 9 de Julio dos viejitos que caminaban de la mano nos preguntaron la hora, y yo que estaba estrenando un reloj que me había regalado ella les respondí que eran las ocho menos cuarto. “Apuremos viejo, se va a hacer tarde”, le dijo la viejita medio afligida a quien habrá sido su esposo. El viejito nos miró y con un tono de resignación nos dijo “qué lindo sería tener la edad de ustedes otra vez”.

No me voy a olvidar más de esa anécdota. Los viejitos siguieron caminando y nosotros atravesábamos la plaza cuando mi novia me dijo que, en realidad, nosotros los deberíamos envidiar a los viejitos, por tener esa edad y seguir caminando juntos, de la mano.

Ese día le prometí que íbamos a llegar a viejos y nos íbamos a seguir amando.

Relatos comunes I

La habitación estaba iluminada apenas por un velador con una pantalla verde impenetrable; los rayos del foco amarillo solo pegaban en el techo y sobre la mesa de luz, donde estaba el paquete de cigarros, el encendedor, las llaves del auto y un revolver 32.

La cama, con las sábanas y la frazada revueltas, se imponía en el medio de la habitación. Sobre el cabezal había una ventana cerrada con los vidrios llenos de calcomanías publicitarias de gaseosas, cervezas y golosinas.
En una de las paredes lucía enmarcado un póster del “Potro” cordobés Rodrigo autografiado, su tesoro. Debajo, una cómoda de madera vieja y remachada sostenía una radio que apenas sintonizaba una estación de música tropical.

-¿Me amás?- le preguntó, todavía con la agitación del orgasmo.
-Sí, más que a nada en el mundo- contestó ella en tono complaciente.

Se habían conocido un verano, varios años atrás, en la casa de un primo en común. Él todavía casado y ella soltera y con tres hijos.

Las primeras veces era todo aventura, pura pasión. Sergio salía de la fábrica de alpargatas, se subía a su moto y atravesaba toda la ciudad para esperarla en la esquina de la casa donde María trabajaba limpiando.

Ella subía ya con un cigarro prendido y se iban a su casa. Ella entraba, controlaba que los chicos estén bien, y salía. Él la esperaba afuera y la dejaba manejar hasta el hotel. Casi siempre pagaba él, a veces, a fin de mes, ella ayudaba con unos pesos.

Tinta negra

Fue muy trágico todo. Demasiado dramático, absurdo e intolerable. La obra seguramente fue escrita por un novelista oscuro, borracho, drogadicto y trasnochado.

No lo podía creer, y aún sigue sin poder hacerlo. A veces, la mayoría del tiempo, cuando se acuerda de esas cosas, empieza a llorar. Pero decidió no seguir soportándolo, ahora, cada vez que vuelve a recordar todo, prefiere escaparse. Lamenta poder escapar de todo menos de su propio cuerpo. Piensa en los abrazos, en los besos y en las caricias. Las imágenes se le cruzan por la cabeza y por la piel; y se estremece, se contrae, el cuerpo entero se le entumece. Termina siempre con el llanto, aunque sigue respondiendo que “nada”, que no le pasa nada, que solo fue un bostezo.

Ella empezó de nuevo y, a diferencia de él, todo lo que pasó en aquel entonces se convirtió en un muy buen recuerdo. Ella recuerda aquellas épocas como los alocados, apasionados, fogosos y locos años de adolescencia. Incluso, en su interior bien sabe que nunca más volverá a amar a nadie como lo amó a él. Pero ella es obstinada, e insiste en esa idea de que fue “muy intenso”, y que, por eso mismo, el amor no podía durar mucho tiempo. A ella le contaron que él está muy mal, pero considera que cualquier intervención que realice empeoraría las cosas. “Yo ya elaboré mi propio duelo, el debería hacer lo mismo”.

El novelista habrá de condenar esta historia a ser sólo una anécdota. Pues de su pluma depende la vida de él y no tanto la de ella. Pues el novelista se empeñó con el joven muchacho, encarnó en el personaje su propia vida, sus fracasos, frustraciones y sus peores miedos.

El problema es que el novelista suelta el teclado, abre la ventana y sirve whisky. Se despeja y piensa en su columna para el semanario de política local. El escritor se abstrae y se olvida de la novela durante semanas y no retoma la escritura. El muchacho, su personaje, espera que vuelva a escribir algo. Mientras tanto, lee El Túnel de Sábato, y se desespera aún más. El escritor llenó de citas oscuras la novela y para el muchacho no hay otra que absorberlas.

Ella en la novela sigue con su vida, tiene proyectos, sueños nuevos y va al gimnasio tres veces por semana. Él, el muchacho, casi no sabe de otros sentimientos distintos a la angustia. Así fue la arbitrariedad del escritor.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La cama de Obama


Se tapó con la sábana, giró hacia su derecha y encendió la luz.

-Cuánto habrá durado- pensó, -¿8, 10 minutos?, no, menos, ni siquiera eso.  El emperador del mundo es un púber principiante en la cama.

Ahora ella encendía un Virginia Slim. Él, con los ojos cerrados todavía, y sin poder disimular la sonrisa en su cara, le dijo que él no, que él no fumaba, que gracias de todos modos. Le dijo algo así como que el fumar es perjudicial para la salud.

Soltó una bocanada de humo. Seguía pensando.

-Este negrito, presidente de Estados Unidos de Norteamérica y del mundo, no me dejó ni a dos cuadras del orgasmo. Mamá siempre decía que mientras parezcan reales los gemidos no importa si son reales o no. Mirálo, tirado, desparramado, tan viril que parecía… realmente esperaba otra cosa, pobre la negra horrible de su esposa ¿conocerá lo que es un orgasmo?

Brenda Love era el nombre artístico de la española Margarita Jiménez. Era desde hace unos años una de las conejitas Play Boy más famosas. Sus rasgos, hijos del sexo mestizo y escandinavo la convirtieron en la “diferente” dentro del staff de las chicas de la Mansión. Ahí todas eran rubias o morochas, todas flacas, todas tetonas y culonas, todas blancas, todas gringas, todas silicona; salvo ella: “la mestiza”, como le decían sus colegas.

Quizás los rasgos sudacas fueron los que terminaron de convencer al presidente afro.
Margarita había nacido en  1982, en Madrid, su madre, uruguaya, era una guerrillera tupamara exiliada;  su padre, alemán, un profesor de filosofía clásica. Se habían conocido en una protesta contra el imperialismo durante una visita del presidente Reagan a España.

Obama esperó que Brenda termine el cigarro. Cuando aplastó el filtro contra el cenicero para apagar la última brasa de tabaco, la miró con la sonrisa de quien trama algo y le dijo que quería volver a hacerlo.

 -Hacerlo- se repitió ella mentalmente, siempre le había divertido el pudor que podía llevar a una persona a decir “hacerlo” para referirse a una fornicada.
Por supuesto que iba a volver a hacerlo, o mejor dicho: volvería a dejar que él lo haga. Pero como toda dama, tenía su condición.

-Muero de ganas señor presidente, pero se me antoja tomar una copa de champang antes para celebrar.

-Sus deseos son órdenes- El hombre se levantó, se colocó la bata y caminó algunos pasos hasta llegar al otro lado de la habitación; abrió una pequeña heladera y sacó una botella.

-¿Por qué brindamos señor Presidente?

-¿Por los Estados Unidos? Dijo sin perder el protocolo.

-Y por usted en especial señor presidente, por ser el primer presidente negro de la historia norteamericana, por haberle devuelto la esperanza a su gente.

-Y por usted también señorita, la dama más atractiva y sensual que he conocido.

-Sin embargo presidente, lamento informarle que además de atractiva y sensual, padezco HIV. Y lamento informarle que existe un noventa y nueve por ciento de probabilidades que lo haya contagiado durante la última hora, no pensó en cuidarse antes de hacerlo. Tengo SIDA señor presidente.

-Pues no hay problema señorita, ya tenemos la cura. ¿Vamos a la cama?

domingo, 16 de septiembre de 2012

Tres historias breves

La primera historia se produce en un recital: hay cientos de personas saltando y gritando. Entre ellas, una que llora desconsoladamente, con los brazos arriba, mientras Charly García canta con voz desgarrada “cuando tenías que estar, te echaste a correr”. La otra persona, apenas se puede mantener en pie, y tiene los ojos, apenas abiertos, desorbitados por el alcohol mendocino, la marihuana paraguaya y la pasta base de un barrio periférico. De fondo, suena la misma canción. El personal de seguridad advierte ambas escenas. Al primero, al que llora y conmueve, le preguntan si está bien. Él responde que sí y sigue llorando, mientras Charly canta “no me des más con cuentagotas tu amor”. Al muchacho que apenas se mantiene en pie lo agarran del buzo todo vomitado -vos no podés estar así en este lugar-. Lo maltratan, le pegan, y lo sacan del recital. Mientras, Charly canta “nos siguen pegando abajo”. Formas diferentes de comprender y lidiar con el dolor ajeno en nuestra sociedad.

La segunda historia es menos cruda, no hay pasta base ni personal de seguridad maltratando ni golpeando gente. La historia empieza en un celular, con un mensaje de texto que dice “veníte a vivir conmigo”. Cuando el tipo lee esas cuatro palabras se entumece, se paraliza, se le corta la respiración y a penas alcanza a dejar el celular sobre la mesa de luz. Prende un cigarrillo. No contesta el mensaje, no sabe qué contestar. Sabe que podría hacerlo, que podría dejar todo y viajar, irse a vivir con ella. Está convencido de que podría empezar de nuevo, que podría volver a disfrutar de la ternura que sólo le brindaba aquella remitente. Pero el tipo no responde, lee muchas veces más el mensaje. Se desvela pensando en la proposición imperativa “veníte a vivir conmigo”. No duerme, pero tampoco responde. Podría dejar todo, pero a esa altura de la noche, después de tanto tiempo, un mensaje de texto ya no alcanza para conmoverlo. Enseguida llega otro, de otra persona: “saliste?”. El tipo contesta enseguida y esa noche no duerme solo.

La tercer historia es más aburrida. No hay maltrato por parte del personal de seguridad, no hay llanto de tristeza, no hay soledad en la noche. No hay golpes para el indefenso. Tampoco hay finales tristes ni felices. No hay cuentas pendientes ni anestesias temporales. No hay dolores, nostalgias; mucho menos rencores. Tampoco hay amores o desamores. No hay canciones de Charly García ni mensajes desesperados a la madrugada. El tipo vive, sólo vive. De chico aprendió que si no quiere salir lastimado no debe involucrarse con nada. Sin embargo, todas las noches sueña historias terribles, hermosas, inolvidables. Cuando despierta ya no las recuerda.