martes, 2 de octubre de 2012

Apuntes para la reconstrucción del alma. Volumen I. "El día de la promesa de llegar a viejos juntos"

para leer mientras se toma mate

Volverá. Sí, yo sé que va a volver en algún momento. No puede ser que sea feliz sin mí y que yo esté tan mal sin ella. Habíamos dicho que íbamos a llegar a viejos, que íbamos a tener hijos, que íbamos a tener una casa de campo para sentarnos en la galería a tomar mates y mirar el atardecer.

Lógicamente que el amor en estos tiempos no es igual al de otras épocas, el amor ahora está bastante desacreditado, quizás antes eran más comunes las epopeyas románticas, y quizás sea cierto también eso de que Napoleón conquistó Europa para impresionar a Josefina. Ahora corren otros tiempos, sí, otras formas de practicar el amor; basta mirar las estadísticas de cualquier registro civil para encontrar que dos de cada tres parejas que juraron amarse por siempre terminaron tirándose de los pelos; y eso que muchos matrimonios se separan de hecho, sin llegar al divorcio.

Pero bueno, a pesar del descrédito, nosotros nos queríamos con locura, nos amábamos en serio, y éramos más que optimistas. Y eso que teníamos el mal ejemplo en casa, nuestros viejos distaban demasiado del matrimonio perfecto, los míos hasta se habían separado.

Es cierto, yo entiendo que las novelas de la tele y las películas más taquilleras siguen insistiendo con los finales felices, pero es que todos los protagonistas tienen la trama de la ficción a su favor. Si no, miren la vida real de esos actores, casi todos posaron para revistas frívolas en más de una oportunidad con novio/a nueva.

Sí, nosotros sabíamos que no era nada fácil, teníamos ejemplos de sobra para comprobar que algo pasaba, que algo impedía que la mayoría de los amores proliferaran.

Sin embargo, a veces asistíamos a ejemplos más conmovedores.

Recuerdo que una vez caminando por la plaza 9 de Julio dos viejitos que caminaban de la mano nos preguntaron la hora, y yo que estaba estrenando un reloj que me había regalado ella les respondí que eran las ocho menos cuarto. “Apuremos viejo, se va a hacer tarde”, le dijo la viejita medio afligida a quien habrá sido su esposo. El viejito nos miró y con un tono de resignación nos dijo “qué lindo sería tener la edad de ustedes otra vez”.

No me voy a olvidar más de esa anécdota. Los viejitos siguieron caminando y nosotros atravesábamos la plaza cuando mi novia me dijo que, en realidad, nosotros los deberíamos envidiar a los viejitos, por tener esa edad y seguir caminando juntos, de la mano.

Ese día le prometí que íbamos a llegar a viejos y nos íbamos a seguir amando.

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