martes, 2 de octubre de 2012

Apuntes para la reconstrucción del alma. Volumen I. “Irse de la casa”

para leer mientras se toma mate

Al fin y al cabo, alquilarse algo provisoriamente no parecía tan complicado.
Además, ya Martín le había ofrecido su casa, aunque prefería alquilarse un departamento y empezar de cero, no quería andar deambulando de casa en casa, molestando amigos o familiares.

Lo que todavía lo frenaba eran los chicos. Su mujer tampoco quería que se vaya, pero la situación era insostenible. Ella quería seguir postergando lo irreversible.

Cada almuerzo y cena era una situación incómoda, insoportable. Habían llegado a un punto en el que las discusiones habían desplazado a las conversaciones; y no sólo eso, sino que todas las discusiones eran estériles, pues a ninguno le interesaba tener la razón. Después de tres o cuatro minutos de gritos y reproches llegaba el silencio, se daban cuenta que no les interesaba discutir, ya no les importaba lo que hacía, decía o pensaba el otro.

Este matrimonio está acabado hace rato –pensaba cada noche antes de dormirse viendo televisión en la cocina de su casa- me tengo que ir de acá, pero los chicos todavía no están preparados, nos van a pasar factura toda la vida si nos separamos. Además, Marianita todavía es chica, está re entusiasmada con su fiesta de 15, la destrozaría que yo me vaya.

Pero a veces también pensaba que sus hijos, en realidad, era la única excusa a la que se aferraba para no pegar el portazo. Después de todo, los chicos de hoy ya estaban muy familiarizados con los divorcios.

-Tomemos una cerveza más, ahora enseguida empieza el partido-
-No, me tengo que ir a casa, enseguida van a comer-
-Llamá y decí que no vas a ir, que tenés que hacer unas cosas-
-No puedo, en serio…-
-Dale, no seas amargo, si te vas a tu casa vas a comer tres bocados sin hablar una palabra, vas a prender la tele después y vas a ver el partido solo-
-Sí, ya sé, pero igual me tengo que ir, seguro me están esperando para comer-

Esta última frase no la creyó ni él ni su amigo. Sabía que en verdad nadie lo esperaba para comer, y que posiblemente cuando lleguen ya hayan terminado o estén terminando.

Así fue efectivamente. Llegó a su casa y en la mesa había un solo plato servido con dos porciones de tarta fría. Su mujer ya estaba acostada; Nico estaba en la compu de su cuarto escuchando música y Marianita hablaba por teléfono con una amiga.
Puso a calentar el plato en el microondas, prendió la tele y se sentó a ver el partido.

Esa noche tomó la decisión. La mañana siguiente esperó que no haya nadie en casa y se puso a preparar una valija.

Se fue de su casa. Estuvo una semana en lo de su amigo Martín hasta que consiguió alquilar un pequeño apartamento, con Marianita se encontró dos o tres veces para ajustar detalles de la fiesta de 15 y con Nico se juntó para ir a la cancha.

-Era hora viejo-
-Sí, pero yo no me iba antes porque pensaba que a ustedes les iba a doler-
-No, está todo bien, ya no somos tan chicos y entendemos. Es mejor así, que ustedes estén bien cada uno por su lado, es mucho mejor que juntos y llevándose mal-
-Es verdad, pero bueno, son muchos años y las decisiones cuestan un montón. Los voy a extrañar mucho todos los días a vos y a tu hermana-
-Nosotros también, pero sí nos vamos a seguir viendo, y vamos a aprovechar mucho más el tiempo juntos-

Le agradeció a su amigo y a su familia por la semana de hospedaje y se mudó a su departamento nuevo. Una cama, una mesa de luz, un televisor y una mesa con cuatro bancos era todo lo que tenía. A empezar de cero.

A los pocos meses con la ayuda de Celia, una compañera de trabajo con la que formó pareja, arregló el departamento. Compró la heladera, sillas, un juego de living y vajilla; todo fue mucho más acogedor.

Celia, que nunca se había casado, pudo contagiarle todo el entusiasmo y empezaron de nuevo los dos. Redescubrió el amor. Se veía tres o cuatro veces por semana con sus hijos y con su ex mujer las cosas fueron bastante maduras, ya no hubo discusiones y hasta se extrañaron en secreto.

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