martes, 2 de octubre de 2012

Relatos comunes I

La habitación estaba iluminada apenas por un velador con una pantalla verde impenetrable; los rayos del foco amarillo solo pegaban en el techo y sobre la mesa de luz, donde estaba el paquete de cigarros, el encendedor, las llaves del auto y un revolver 32.

La cama, con las sábanas y la frazada revueltas, se imponía en el medio de la habitación. Sobre el cabezal había una ventana cerrada con los vidrios llenos de calcomanías publicitarias de gaseosas, cervezas y golosinas.
En una de las paredes lucía enmarcado un póster del “Potro” cordobés Rodrigo autografiado, su tesoro. Debajo, una cómoda de madera vieja y remachada sostenía una radio que apenas sintonizaba una estación de música tropical.

-¿Me amás?- le preguntó, todavía con la agitación del orgasmo.
-Sí, más que a nada en el mundo- contestó ella en tono complaciente.

Se habían conocido un verano, varios años atrás, en la casa de un primo en común. Él todavía casado y ella soltera y con tres hijos.

Las primeras veces era todo aventura, pura pasión. Sergio salía de la fábrica de alpargatas, se subía a su moto y atravesaba toda la ciudad para esperarla en la esquina de la casa donde María trabajaba limpiando.

Ella subía ya con un cigarro prendido y se iban a su casa. Ella entraba, controlaba que los chicos estén bien, y salía. Él la esperaba afuera y la dejaba manejar hasta el hotel. Casi siempre pagaba él, a veces, a fin de mes, ella ayudaba con unos pesos.

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