martes, 2 de octubre de 2012

Tinta negra

Fue muy trágico todo. Demasiado dramático, absurdo e intolerable. La obra seguramente fue escrita por un novelista oscuro, borracho, drogadicto y trasnochado.

No lo podía creer, y aún sigue sin poder hacerlo. A veces, la mayoría del tiempo, cuando se acuerda de esas cosas, empieza a llorar. Pero decidió no seguir soportándolo, ahora, cada vez que vuelve a recordar todo, prefiere escaparse. Lamenta poder escapar de todo menos de su propio cuerpo. Piensa en los abrazos, en los besos y en las caricias. Las imágenes se le cruzan por la cabeza y por la piel; y se estremece, se contrae, el cuerpo entero se le entumece. Termina siempre con el llanto, aunque sigue respondiendo que “nada”, que no le pasa nada, que solo fue un bostezo.

Ella empezó de nuevo y, a diferencia de él, todo lo que pasó en aquel entonces se convirtió en un muy buen recuerdo. Ella recuerda aquellas épocas como los alocados, apasionados, fogosos y locos años de adolescencia. Incluso, en su interior bien sabe que nunca más volverá a amar a nadie como lo amó a él. Pero ella es obstinada, e insiste en esa idea de que fue “muy intenso”, y que, por eso mismo, el amor no podía durar mucho tiempo. A ella le contaron que él está muy mal, pero considera que cualquier intervención que realice empeoraría las cosas. “Yo ya elaboré mi propio duelo, el debería hacer lo mismo”.

El novelista habrá de condenar esta historia a ser sólo una anécdota. Pues de su pluma depende la vida de él y no tanto la de ella. Pues el novelista se empeñó con el joven muchacho, encarnó en el personaje su propia vida, sus fracasos, frustraciones y sus peores miedos.

El problema es que el novelista suelta el teclado, abre la ventana y sirve whisky. Se despeja y piensa en su columna para el semanario de política local. El escritor se abstrae y se olvida de la novela durante semanas y no retoma la escritura. El muchacho, su personaje, espera que vuelva a escribir algo. Mientras tanto, lee El Túnel de Sábato, y se desespera aún más. El escritor llenó de citas oscuras la novela y para el muchacho no hay otra que absorberlas.

Ella en la novela sigue con su vida, tiene proyectos, sueños nuevos y va al gimnasio tres veces por semana. Él, el muchacho, casi no sabe de otros sentimientos distintos a la angustia. Así fue la arbitrariedad del escritor.

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