domingo, 16 de septiembre de 2012

Tres historias breves

La primera historia se produce en un recital: hay cientos de personas saltando y gritando. Entre ellas, una que llora desconsoladamente, con los brazos arriba, mientras Charly García canta con voz desgarrada “cuando tenías que estar, te echaste a correr”. La otra persona, apenas se puede mantener en pie, y tiene los ojos, apenas abiertos, desorbitados por el alcohol mendocino, la marihuana paraguaya y la pasta base de un barrio periférico. De fondo, suena la misma canción. El personal de seguridad advierte ambas escenas. Al primero, al que llora y conmueve, le preguntan si está bien. Él responde que sí y sigue llorando, mientras Charly canta “no me des más con cuentagotas tu amor”. Al muchacho que apenas se mantiene en pie lo agarran del buzo todo vomitado -vos no podés estar así en este lugar-. Lo maltratan, le pegan, y lo sacan del recital. Mientras, Charly canta “nos siguen pegando abajo”. Formas diferentes de comprender y lidiar con el dolor ajeno en nuestra sociedad.

La segunda historia es menos cruda, no hay pasta base ni personal de seguridad maltratando ni golpeando gente. La historia empieza en un celular, con un mensaje de texto que dice “veníte a vivir conmigo”. Cuando el tipo lee esas cuatro palabras se entumece, se paraliza, se le corta la respiración y a penas alcanza a dejar el celular sobre la mesa de luz. Prende un cigarrillo. No contesta el mensaje, no sabe qué contestar. Sabe que podría hacerlo, que podría dejar todo y viajar, irse a vivir con ella. Está convencido de que podría empezar de nuevo, que podría volver a disfrutar de la ternura que sólo le brindaba aquella remitente. Pero el tipo no responde, lee muchas veces más el mensaje. Se desvela pensando en la proposición imperativa “veníte a vivir conmigo”. No duerme, pero tampoco responde. Podría dejar todo, pero a esa altura de la noche, después de tanto tiempo, un mensaje de texto ya no alcanza para conmoverlo. Enseguida llega otro, de otra persona: “saliste?”. El tipo contesta enseguida y esa noche no duerme solo.

La tercer historia es más aburrida. No hay maltrato por parte del personal de seguridad, no hay llanto de tristeza, no hay soledad en la noche. No hay golpes para el indefenso. Tampoco hay finales tristes ni felices. No hay cuentas pendientes ni anestesias temporales. No hay dolores, nostalgias; mucho menos rencores. Tampoco hay amores o desamores. No hay canciones de Charly García ni mensajes desesperados a la madrugada. El tipo vive, sólo vive. De chico aprendió que si no quiere salir lastimado no debe involucrarse con nada. Sin embargo, todas las noches sueña historias terribles, hermosas, inolvidables. Cuando despierta ya no las recuerda.

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